jueves, 22 de enero de 2009

Érase una vez una pequeña chiquilla de pelo castaño como el roble, ojos negros como el ébano, piel blanca como la luz que cada mañana acecha en tu ventana y sonrisa cual luna creciente en una noche de verano. Nada más era sabido de ella, no tenía nombre ni edad, familia ni amigos, casa ni colegio… Vivía en cierto lugar de cierto sitio, quizá aquí, quizá allá; lo único cierto, es que vivía. Sus dientes, blancos como un abeto en un invierno nevado, se reflejaban cada mañana en los charcos de las calles; y sus labios, del color de las rosas, los protegían del frío de un invierno helado. El murmullo de los pájaros se escuchaba a su paso cual eco en caverna profunda y, los habitantes, la miraban pasar mientras, en sus cabezas, imaginaban como era posible lo que estaban observando. Pasos firmes dirigidos al frente cual militar que desfila en el día de la patria y mirada fijada en el objetivo hallado en un horizonte infinito. Seguida era por curiosos cada día, más nunca, jamás de los jamases, nadie había logrado encontrar el destino de aquella niña perdida. Niña perdida que iba y volvía de las estrellas cada noche, viajaba a un mundo de sueños al que nadie podía asistir, del que solo ella era testigo directo y que le hacía sonreír. Sonreír cuando caminaba, cuando miraba, cuando volaba, cuando amaba, cuando dormía, cuando soñaba… Nadie entendía por qué, pero esa luna de su cara siempre permanecía iluminada, tras ella siempre había un sol para darle luz y calor, para mantenerla siempre viva. Era su alimento y su bebida, sus pensamientos, sus sentimientos, sus actos, su corazón… Su sonrisa era su vida.Un día, bien entrado el invierno y con los vecinos esperándola como de costumbre, una ráfaga de viento tomó el relevo de la joven que, por primera vez, no apareció. Un ligero murmullo se escuchó en las calles, algo había ocurrido y no se sabía el que, pero prefirieron no darle importancia y esperar al día siguiente. El día acabó y uno nuevo se dio a conocer. Más gente que de costumbre abarrotaba los callejones para volver a ver la sonrisa de la niña, y esta vez no les defraudó. Enfiló el boulevard como solía hacer, pero antes de verla, los asistentes sintieron algo en sus corazones, el éxtasis por verla se había convertido en tristeza y ya nada parecía hacerles felices. Al apreciar la dulce cara de la chiquilla cayeron desplomados como si un tornado arrasara el lugar… Mientras, la niña seguía caminando, esta vez rumbo a ninguna parte… Día tras día y semana tras semana la niña atravesaba los callejones y se perdía en la baja niebla de un valle madrugador. Valle azotado por los vientos y penumbras, nevadas y amarguras, lluvias y tristezas de una mañana sumida en la miseria de la soledad. Esto hacía que los que allí vivían anduviesen cabizbajos día y noche, producto de una sensación transmitida por aquella chiquilla cuya sonrisa fue asolada por el viento… Vuelve niña perdida, vuelve a tus paseos por las estrellas, a tus largas caminatas sin fin, vuelve a hablarnos con la mirada, vuelve a mostrarnos esa sonrisa cada día, la que hace que alcemos la cabeza y te admiremos por haber nacido, vuelve solitaria acompañada por todo aquel que comparte contigo una sonrisa; de corazón te pido: vuelve…

"Es más fácil obtener lo que se desea con una sonrisa que con la punta de la espada."William Shakespeare.

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